Capas de memoria se desparraman sobre tus lomas de desierto.
A veces, creo que con tan sólo estirar mi mano
podría acariciar los pliegues:
móviles y rígidos de tus montes.
No se bien como ha sido que,
en un instante,
te hayas vuelto tan irrevocable y a la vez tan posible.
¿He sido yo quien ha oído ese pájaro?
Tal vez mejor decir: los pájaros.
¿Acaso uno no son todos?
La constacia de tus accidentes,
la incomodidad de alguna de tus caras y de los dorsos.
Los dorsos suaves de errática arena
donde algún verde, caprichoso,
ha querido pronunciarse
para juntarse a la extensión violeta que recorre tus cuevas.
He querido imaginarte: Yaiza.
He silenciado tus letras
haciendolas pronunciables.
Y así, es como he visto una pequeña figura dorada
que salia de algún lugar de mis recuerdos
de yuyos quemados, calor, cueros, moscas, tres de la tarde.
¿Cómo es qué con tanta rígidez tus posibles sean tantos?